El arquitecto es aquel que ha trabajado lo suficiente como para ser merecedor del título que le acredita como tal.
El que ha aprendido los conocimientos necesarios para ejercer la profesión.
Pero, mucho más que eso, el arquitecto es aquel que da un paso más allá, que no se conforma solo con la disciplina.
El que no renuncia a los infinitos placeres de la vida.
Aquel que da un paseo los sábados por la tarde.
Y se toma un refresco, o una cerveza por la noche.
Y charla, y ríe.
El que escucha música, el que hace música.
El arquitecto canta, y baila.
Y ve cine, y graba.
Y lee. Cómics, también.
Y juega.
A juegos de mesa. A videojuegos. Con su perro.
El arquitecto se sienta enfrente de AutoCAD una hora.
Un día. Una semana.
Pero tiene una guitarra al lado, encima de la cama.
Y se toma sus descansos, y la coge, y toca un rato.
Y luego se levanta, y respira aire puro.
El arquitecto disfruta.
Con su trabajo, y sin él.
El arquitecto aprovecha el momento, y lo disfruta.
El arquitecto es feliz.
Porque no es un robot ni un ser todopoderoso, es una persona normal.
Como cualquier otra.
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